5 de octubre de 2009

Viaje al desierto

Aprovechando un puente de mayo, nos fuimos a pasar cinco días al desierto y fue una experiencia inolvidable, por los lugares y la gente que conocimos. Ibamos tres parejas y mis tres niñas. Preparamos comida (salimos hartos de mis croquetas y de los filetitos empanados de Otilia), reservamos hoteles (luego vimos que nos hubiera dado lo mismo), hicimos las maletas (sin saber qué diferencias de temperaturas tendríamos) y emprendimos nuestra "aventura".
Quizás lo mejor fuera la visita a la ciudad romana de Tingad, que se conserva muy bien, que nos impactó bastante, y que por supuesto se merecerá una entrada ella sola, pero en general nos sorprendíamos a cada paso con cosas a veces desconcertantes.

La primera foto pertenece al Cañón del Rouffi, un oasis que parece de otro mundo, alrededor del cual se amontonan casas.

Estas son las casitas vistas más de cerca. Era como un paisaje lunar.


Seguimos nuestro camino, ya por arena, y de pronto algo nos llamó la atención y salimos todos disparados de los coches.

Ja, ja, ja... el primer camello que veíamos y que nos pareció de lo más exótico.

Foto de rigor pá las amistades.

Otra más, que nos creíamos que a lo mejor no veríamos más, y luego los encontramos a montón.

Aquí mi Antonio en plan Lawrence de Arabia. Le sentaba muy bien el turbante.

Aquí ya achirradadita de calor, con dos de mis niñas.

Nos encontramos con una ermita de un santón.

Y claro está entramos, aunque el señor imponía bastante.

Curioseando el sitio.

También vimos una boda, pero sólo la parte del novio.

Cuando estábamos en el Cañón del Rouffi, que es un sitio muy árido y pedregoso, de pronto y sin saber cómo, apareció esta familia, que quería cambiar geodas y alfombras por ropa o cosas occidentales (vamos, que por un boly bic, gorras y vaqueros usados, te llevabas cosas de las que hacían ellos).
Abrimos el maletero y se tiraron como leones, que tuvimos que cerrarlo rápido porque aquello se nos iba de las manos.
Al final les compramos geodas y alfombras, que las tengo puestas en mi habitación.
Ofreciéndonos las alfombras.

Haciendo el trato.

En la carretilla llevaban muchas geodas.

Mi Antonio ultimando el precio.

Aquí nos vendían más geodas y rosas del desierto.

Custodiando lo que compré para que no me lo volvieran a quitar. Las alfombras estaban hechas de pelo de camello y de cabra y tardaron casi un año en dejar de oler mal. Por las noches daba la impresión de estar durmiendo en un establo.

La ciudad de L'Oued

Aquí, tres haciendo el ganso. Estaban muy propios.


En el desierto, en plan reinona con un vestido precioso que me regalaron.

Aquí con las niñas, que disfrutaron muchísimo deslizándose por las dunas.

Ahora que lo pienso, estaba yo de buen ver.

Esto era otro oasis y a mi marido le entraron ansias de grandeza.
Con Otilia, Rosa Mari, y mis tres niñas, en un lago del oasis.

Este pueblo se llama Tougour y es lo más pobre y mísero que he visto en mi vida. Parece mentira que pueda vivir aquí la gente.

Es una oscuridad que sobrecoge.

Otra callejuela.


Unas pobres niñas, que no tenían absolutamente de nada, mas que pobreza.


Aspecto de una de las calles.